En España no se hace política, se dogmatiza. Mi verdad es la verdad y tu verdad sólo será verdad si coincide con mi verdad. Si tu verdad no es igual que la mía entonces me siento completamente legitimado para despreciarte e insultarte.
Me cuesta trabajo seguir escribiendo sobre este tema. Me hace sentir una cierta vergüenza de vivir en el país en el que vivo. Siento pena de que teniendo una lengua como la que tenemos, tan rica, tan poblada de grandes autores, haya quedado reducida a ser un arma arrojadiza en la que la virgulilla de nuestra querida Ñ sólo vale para meterla en el ojo de nuestro interlocutor, eso o para clavársela por la espalda a modo de daga arabe.
¿De quién es la culpa? Pues no sé, de todos supongo. Seguramente es uno más de esos problemas estructurales en el que todos somos víctimas y culpables a la vez. Es como lo de trabajar más horas que en ningún otro país al tiempo que perdemos el tiempo como en ningún lado. Círculo vicioso sin salida.
Ejemplos los tenemos todos los días, a todas horas, en todos los medios. Si alguien dice que le parece bien Bildu se presente a las elecciones, entonces es que eres un terrorista. Clasificación inmediata, sin derecho a apelación alguna. Si defiendes que la presencia de Bildu está de acuerdo a nuestra regulación como así lo ha dicho el Tribunal Constitucional, entonces te conviertes en un asesino por decreto y, como tal, ya da igual lo que digas, no serán más que las palabras de un criminal. Bildu es quizás uno de los ejemplos más extremos pero no hay más que leer cualquier periódico para ver que pasa igual se hable de lo que se hable. Y no son sólo los políticos, léanse las cartas al director de cualquier periódico o los mensajes que vuelan por Twitter. Los ciudadanos de a pie también comparten esa forma de ver la vida.
No hay discusiones en el sentido más sajón de la palabra donde de lo que se trata es de compartir opiniones, exponer argumentos, intentar convencer. Donde no es necesario llegar a un acuerdo, no es necesario conseguir que el otro comulgue con nuestros argumentos. Si al final no se llega a un acuerdo no pasa nada, al menos, habremos tenido la oportunidad de entender mejor a nuestro interlocutor.
Reflexionando sobre el tema lo cierto es que no creo que todos seamos iguales. No creo que todos los habitantes de este país seamos así... pero la conclusión a la que llego tampoco me llena de satisfacción. Entre el blanco de uno y el negro de otros, habemos muchos que pensamos que existe también el gris, color denostado pero del que tanta necesidad tenemos. Los de gris no somos todos iguales, no todos compartimos el mismo gris y no siempre somos del mismo gris. Somos capaces de escuchar a los del blanco y a los del negro y a los de los otros grises y desplazarnos en función de que los que escuchamos nos parece más o menos razonable.
Los del gris somos muchos, seguramente muchos más que los del blanco y los del negro todos juntos... pero somos demasiado perezosos (el adjetivo que se me ocurría era cobardes pero preferí dejarlo en algo más suave). Somos perezosos porque no nos gustan las posturas extremistas e intransigentes y cuando llegan y nos avasallan nos callamos, damos media vuelta y nos vamos. A los de gris nos gusta discutir, disfrutamos con el intercambio de ideas y opiniones. Nos gusta discutir pero no nos gusta pelear y cuando la discusión se torna en pelea abandonamos de inlamediato.
No suena bien como lema, pero este país necesita una revolución de los del gris.
Un saludo
No hay comentarios:
Publicar un comentario